Bollywood, más que una industria cinematográfica

Bollywood, más que una industria cinematográfica

Cada día, doce millones de personas van al cine en India. Cada año ese país que es un continente produce cientos de títulos que son consumidos con pasión por su propio mercado.

Conoce Bollywood

Pero nos encontramos a medio mundo de distancia, y Bollywood –como designamos un día despectivamente a la industria cinematográfica instalada en Bombai– no tiene prisa por conquistarnos. Aunque la curiosidad ha acabado por dirigir nuestro olfato hacia la mayor fábrica de sueños del mundo.

Antes de comenzar te invitamos a leer estos post:

Cada vez menos gente se toma Bollywood como una distante excentricidad asiática. La industria cinematográfica de India, que hace años recibió ese irónico nombre en atención a su prolífica producción, impone hoy a Occidente una revisión de su jugoso imaginario. Bollywood está de moda y siendo manifestación más clara de esta fiebre. Exposiciones, series de televisión, ciclos cinematográficos y espectáculos musicales.

Los más de cien años de esta industria han proporcionado la excusa, pero en el aire está la creciente influencia de un cine popular caracterizado por sus vistosas coreografías, sus constantes e incongruentes cambios de escenario, su romanticismo exacerbado y sus músicas pegadizas.

Pistas en occidente

¿Acaso no es Baz Luhrman, el director de “Moulin Rouge”, el Raj Kapoor de Occidente? Basta sintonizar MTV para apreciar cómo el aroma del curry invade los vídeos de Laurent Garnier, Basement Jaxx o Holly Vallance, entre otros. No debería extrañarnos, hay rumores que aseguran que el primer gran videoclip de la historia, “Thriller”, de Michael Jackson, se inspiró directamente en coreografías de Bollywood.

Hasta las protagonistas de “Ghost world” (Terry Zwigoff), quintaesencia del esnobismo suburbial, consumen Bollywood como si de una esquisitez se tratara. De esta manera se cierra un círculo que arranca con la inevitable fascinación que los pioneros del cine indio –o “filmi”, como también se le conoce– sintieron por las primeras películas que les llegaron de Occidente, allá por el año 1896.

Desde entonces, de una manera u otra, nuestras modas han tenido su (distorsionado) reflejo en la pantalla india. Las inquietudes sociales del neorrealismo, las agitaciones del pop, el cine acción de los años setenta…

Todo ello se refleja en un cine que hemos tardado mucho en degustar. Es sabido que la industria cinematográfica india, situada alrededor de Mumbai (antes Bombai), Madrás y Kolkata (antes Calcuta), es la que más títulos estrena cada año (en torno a 800). Este cine es consumido con avidez en todo el país, visto entre risas y gritos al villano. La gente canta las canciones y repite los diálogos más afortunados, ya que es normal volver a ver varias veces una película. Pero se trata de un cine más caracterizado por el “masthi” (picaresca, alegría de vivir) que por el compromiso.

Definición de un estilo propio

El gran Satyajit Ray escribió en 1948, antes de iniciar su carrera cinematográfica, un influyente ensayo (“Que va mal en el cine indio”) en el que animaba a sus compatriotas a hallar un estilo, un idioma, una iconografía propia. El cine indio se dispersaba, ya entonces, en diversas combinaciones de géneros que lejos de buscar un estilo parecían empeñados en imposibles armonías a base de ingredientes de fuerte sabor.

Esta inconsistente mezcla de colores y direcciones, extremada en la década de los sesenta, ha acabado siendo el elemento característico del cine popular indio. Quizá por ello es conocido como “masala”, pues como la pasta de masala para el curry, éste es un cine de muchos ingredientes.

Occidente ha ignorado este cine, muy popular en grandes áreas de África, Rusia y Asia, incapaz de asimilar sus elementales tramas, villanos de guiñol e interminables secuencias de baile.

Paradójicamente, Mumbai tenía puestos sus ojos en Hollywood al diseñar muchos de estos elementos. Por debajo de ellos, no obstante, se articula una tradición “hindi” llena de arquetipos sociales y mitológicos difíciles de apreciar a nuestro paladar, a no ser vía “kistch”, como finalmente parece estar ocurriendo.

Uno de los elementos que ha seducido a Occidente del cine indio es el de su arte gráfico: los gigantescos carteles con los que se llenan las calles de Bombai y el resto del país son una clara señal del fenómeno social que el cine es en una sociedad unida por tantas cosas como amenazada de fractura por otras.



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